miércoles, 5 de febrero de 2014

Las colectivizaciones anarquistas durante la Revolución de 1936

Si hay algo tan arraigado en la historia del pueblo español y a la vez tan desconocido por los intereses de la clase dominante y del Estado, eso es sin duda, el movimiento anarcosindicalista español que durante la Guerra Civil Española hizo historia implantando una sociedad totalmente anarquista. Algunos soñaron con el triunfo de esa revolución social que parecía que traería un nuevo y mejor porvenir para la sociedad española. Por suerte para unos y por desgracia para otros, la revolución social no se consumó con éxito. Pero aun así se pudo vivir durante un brevísimo tiempo, a la par que muy intenso, en una sociedad totalmente anarquista, una sociedad totalmente libre de clases burguesas y aristocráticas. En 1936 se materializó la utopía. Esa utopía llamada libertad.




 Autogestión agrícola.

¿Cómo funcionaron las colectividades en las zonas rurales? Pues bien, a partir de 1936 el movimiento obrero organizado alrededor –mayormente- de la CNT-FAI y UGT, vislumbra la posibilidad de aprovechar la Guerra Civil Española e implantar en el campo un sistema anarquista de colectivización y autogestión. Las colectividades agrícolas fueron asumidas y controladas por los sindicatos; para administrar la economía de cada colectividad, la asamblea general de campesinas y campesinos elegía en cada población o aldea un comité de gestión económica. El trabajo pasó a ser un deber, y todo individuo entre los dieciocho y sesenta años estaba obligado a trabajar. A partir de aquí, y para hacer más fácil el funcionamiento de las colectividades, se organizaban al campesinado en grupos de diez individuos encabezados por un delegado escogido mediante asamblea. 

A cada grupo de diez se le asignaba una zona de cultivo o un cometido, teniendo en cuenta la naturaleza de cada trabajo y la edad de cada miembro. Una vez acabada la jornada de trabajo, por la noche el Comité de Gestión se reunía con los delegados de cada grupo para repasar cómo había ido el trabajo durante ese día. Seguidamente, el pueblo o Comuna hacía una Asamblea General con todos los habitantes para explicar la gestión y cómo se iba desarrollando todo.

En estas comunas y pueblos estaba todo a disposición de todos, esto es, que se ponía todo en común, a excepción de cosas tan evidentes como el mobiliario, la vestimenta, la economía familiar, las pequeñas parcelas de huertos o jardines e incluso el ganado menor que pudiera tener cada familia o individuo. Con el ganado “mayor” sí que se ponía en común de los trabajadores, por ejemplo, las ovejas de la comunidad se repartían en rebaños de unos cuantos centenares, se les confiaba a los pastores y se les asignaba metódicamente un sector de la montaña o campo.

En lo que atañe a la forma de distribuir los productos consumibles se puso en práctica más de un sistema, la mayoría pusieron en práctica un sistema de distribución propio del colectivismo, mientras que en otras zonas se implantó una distribución basada en un sistema comunista integral y también hubo zonas donde se hizo una síntesis de las dos concepciones de distribución. Como he dicho anteriormente, lo más “normal” fue una distribución colectivista de la producción donde se repartía un salario a cada familia en función de las necesidades de todos los miembros de esta. Cada cabeza de familia (hablamos del hombre, recordemos que aún pervivía el patriarcado), recibía un bono que valía un determinado número de pesetas que servía, solamente, para intercambiarlo por bienes de consumo en los almacenes de abastecimiento que tenía cada comuna o pueblo. Como hecho curioso, los almacenes comunales se establecían normalmente en las Iglesias, ya que no había curas ni monjas, bien porque habían muerto a causa de la Guerra o bien porque habían conseguido huir. Todo saldo no gastado mediante los bonos de cada persona se acumulaban en una cuenta de reserva individual. La vivienda, la luz, el agua, la sanidad y la asistencia a personas de la tercera edad se concedían de manera gratuita, al igual que la educación escolar, que era obligatoria para todos los niños y niñas menores de catorce años, los cuales no podían trabajar hasta cumplir esta edad.

La incorporación a las colectividades se hacía de manera voluntaria; nadie estaba obligado a permanecer o a entrar en ellas. Pero se sobreentendía que todo aquel que no quería participar ni integrarse en las colectividades no tenía derecho a esperar servicios o prestaciones de la misma comunidad.  

Volviendo al tema del sistema de distribución de la producción, se vio cómo las colectividades y pueblos que se basaron en un sistema colectivista y en una remuneración económica por jornada de trabajo aguantaron más y mejor que aquellas (que eran menor en número) en las que se quiso implantar de manera muy rápida un comunismo integral, donde no existía la retribución por jornada laboral y se “tomaba del montón” directamente.  En estas zonas donde se intentó aplicar un comunismo integral y su pertinente eliminación del dinero se cayó en la autarquía y no tardaron en hacerse notar sus inconvenientes. Entre cada pueblo se consiguió crear unos lazos de solidaridad nunca vistos antes, creándose Cajas de Compensación para las colectividades más pobres. Las herramientas y utensilios del trabajo o materias primas y el excedente de trabajo se repartían entre las comunidades que más lo necesitaban; todo un canto a la solidaridad y al apoyo mutuo.

El éxito de la socialización de la tierra y del surgimiento de las colectividades supo resistir de gran manera los saboteos varios que recibía de los enemigos, tales como fascistas y bolcheviques. Sin duda se superó en producción a la gran propiedad privada que existía hasta entonces en la España rural. La tierra y el campo se cultivaron a grandes extensiones siguiendo estrictamente planes generales y directrices agroeconómicas. Se incrementó la superficie sembrada y se perfeccionó los distintos métodos de trabajo. También se crearon escuelas técnicas rurales para un mayor aprendizaje. Así, la socialización y colectivización de la tierra demostró su eficacia y superioridad frente a la propiedad privada, tanto grande como pequeña. La planificación de la producción quedaba esbozada a partir de las estadísticas de producción y de consumo hechas por los respectivos comités comarcales y por los distintos comités regionales que eran los encargados de controlar la calidad y cantidad de la producción agrícola. Se crearon a lo largo y ancho de todo el Estado Español unas 450 colectividades repartidas mayormente entre Catalunya, Aragón, todo el Levante (zona donde más colectividades hubo), Castilla, Extremadura y parte de Andalucía.

Hemos intentado sacar a la luz uno de los momentos más importantes y extraordinarios de la historia del movimiento obrero español que, a pesar de su éxito e importancia, “los de arriba” se han cuidado muy bien de que no se conociera demasiado. Hemos visto cómo el pueblo de las zonas rurales es capaz de vivir en autogestión e implantar una nueva sociedad basada en la libertad, la solidaridad y el apoyo mutuo, y que incluso estas colectividades, alrededor de las Federaciones Regionales consiguió alfabetizar y educar al campesinado mediante programas de conferencias, sesiones de cine, teatros, etc. Todo esto y más es lo que le debemos al sindicalismo revolucionario del Estado Español.

Decía Fenner Brockway, miembro del Partido Laborista Independiente y famoso activista por la Paz mundial, después de su paso por la Guerra Civil Española: “El espíritu de los campesinos, su entusiasmo, el modo en que aportan su esfuerzo a la labor común y el orgullo de que dan muestra, todo resulta admirable”.



La autogestión también realizó sus ensayos en la industria, y de manera más acusada en Catalunya ya que era la zona más industrializada en aquella época. El conjunto de la clase obrera asumió de manera espontánea el control de las empresas y de la industria ya que los empresarios habían huido, habían muerto a causa de la Guerra Civil o bien habían aceptado la colectivización y se habían unido como un trabajador más.


Las empresas catalanas ondearon la bandera rojinegra de la CNT mientras eran administradas por los propios trabajadores y trabajadoras agrupados alrededor de Comités Revolucionarios, al principio sin ayuda ni interferencias del Estado o Generalitat. Aunque hubo ciertas empresas donde los trabajadores tuvieron que administrarla sin una dirección experimentada, en la mayoría de casos los obreros contaron con la ayuda y apoyo de los técnicos. Hecho insólito en un momento revolucionario que en otras experiencias revolucionarias no se produjeron, como por ejemplo en la Revolución Rusa de 1917 o en la Italia de 1920 durante un breve -pero intenso- período de tiempo en donde los trabajadores ocuparon las fábricas.  Así que en nuestro caso, el caso español y catalán, los técnicos colaboraron con los trabajadores y trabajadoras. 

Nos encontramos en Octubre de 1936, ya comenzada la Guerra Civil Española, se celebra en Barcelona un Congreso Sindical con la representación de 600.000 trabajadores y trabajadoras donde se estudió y debatió sobre el porvenir de la socialización de la industria. Esta iniciativa de socialización fue incluso aceptada por el Gobierno Catalán del momento lanzando un decreto el día 24 de Octubre del ’36, donde se legalizaba en cierta manera las colectivizaciones, siempre y cuando hubiera un delegado del Gobierno que controlara la producción y el funcionamiento de la empresa en cuestión. ¿Cuál era el parámetro para socializar? Según el decreto del Gobierno Catalán se debían socializar las empresas de más de cien trabajadores y trabajadoras. Las empresas con un número de trabajadores y trabajadoras entre 50 y 100 individuos podían seguir perteneciendo al sector privado a no ser que tres cuartas partes de estos decidieran la socialización de la empresa, e igualmente aquellas cuyos propietarios habían sido declarados “fascistas” por los tribunales populares.
¿Cómo se dirigían las nuevas empresas e industrias socializadas? Cada fábrica y empresa era dirigida por un Comité Revolucionario formado de cinco a quince miembros, que a su vez eran elegidos por la asamblea general de trabajadores y trabajadoras pudiéndose revocar el puesto. El mandato de los miembros de dicho Comité duraba dos años. Finalmente el Comité elegía un director de empresa al cual se le delegaba todos los poderes o parte de ellos. Como hemos dicho anteriormente sobre el Decreto catalán de colectivización, había cierto control gubernamental sobre la industria y empresas socializadas, de tal forma, que el Gobierno enviaba a un “observador” elegido directamente por los comités de gestión empresarial para velar por el buen funcionamiento de las empresas. Por tanto nos encontramos con una cogestión entre trabajadores y Estado y no con una autogestión integral. Hay que decir que estos comités de gestión empresarial/industrial podían ser revocados por la propia Asamblea General de trabajadores y trabajadoras, o bien por el Consejo General de la rama de industria (institución formada por cuatro representantes de los comités de gestión y ocho de los sindicatos obreros). La función básica de este Consejo General era el de planificar el trabajo y fijar la distribución de los beneficios. 

Si bien vimos cómo en algunas zonas rurales se implantaba un comunismo integral donde desaparecía el dinero, aquí nos encontramos con la subsistencia del salario y del dinero al más puro estilo colectivista, y cada trabajador y trabajadora tenía su salario fijo.

Aquel Decreto catalán aprobado el 24 de Octubre de 1936, no fue más que un compromiso entre la autogestión anarquista y la tendencia a tener una tutela estatal/gubernamental. No hay que olvidar que este decreto fue redactado por ministros libertarios que participaban en la Generalitat y aceptado, cómo no, por la CNT; pero como en todas las empresas, había unas más ricas que otras. Unas podían permitirse pagar salarios bastante elevados mientras que otras, a duras penas podían pagar los salarios que habían antes de la guerra. Para acabar con esta desigualdad empresarial se crearon Cajas de Compensación para así poder distribuir las materias primas y recursos de manera equitativa. 

Aun el éxito con el que se estaba llevando a cabo la socialización de la industria por parte de los trabajadores y trabajadoras, el control total de los medios de producción por parte de los sindicatos revolucionarios no pudo desarrollarse tan rápidamente como se quiso, ya que los bolcheviques y los reformistas se opusieron a la expropiación de las “clases medias” y “defendían” el sector privado que aún existía. Curioso que luego fueran los propios bolcheviques los que tilden de “pequeño-burgueses” a los anarquistas.  

Si salimos de Catalunya y viajamos hacia la España republicana vemos que las colectivizaciones de la industria fueron menor en número por dos motivos principales: no había tanta industria como en Catalunya y a la vez no existía ningún decreto de socialización por parte del Gobierno Central. Aunque sí que era frecuente ver cómo en las empresas privadas existía siempre un comité de control obrero para evitar explotación o usura del patrón. Aun así, de igual modo que sucedió en el sector agrario, la autogestión industrial en la España republicana funcionó de maravilla, y así lo atestiguan sus testigos presenciales que ahondan sobretodo en el buen funcionamiento de los servicios públicos en régimen de gestión autónoma de los propios trabajadores y trabajadoras. El buen funcionamiento de la industria socializada fue decisivo a la guerra contra el fascismo y el nazismo. Se levantaron grandes industrias de armamento para entregarlos a los valerosos y heroicos milicianos y soldados que luchaban contra el fascismo en los frentes. Como diría Juan Gómez Casas: “Obreros y técnicos rivalizaron en ardor y en espíritu de iniciativa” para mejorar la producción armamentística. El frente republicano se vio pronto beneficiado de la producción industrial y armamentística, sobretodo la fabricada en Catalunya.

Como hemos visto, de forma paralela a la Guerra Civil Española vimos en todo su esplendor el inicio de una Revolución social que llevó al pueblo trabajador español a auto gestionarse por sí mismo, sin necesidad de gobernantes, monarcas ni empresarios. El pueblo se desligó de sus antiguas cadenas y cogió las riendas de su vida para cabalgar hacia eso que llaman Libertad. No lo conseguimos, los ataques exteriores nos hicieron perder, pero esa experiencia escribió uno de los capítulos más brillantes de la historia del movimiento obrero español, catalán y mundial. El pueblo que un día pasaba hambre se despertó al día siguiente con toda la comida que quiso.


“Ante todo tengo que deciros que la CNT-FAI no ha sido tratada como merecía. Hoy sois dueños de la ciudad y de Catalunya porque sólo vosotros habéis vencido a los militares fascistas. Todo el Poder ahora es vuestro. Si no me necesitáis, o no me queréis como Presidente de Catalunya, decídmelo ahora, que yo pasaré a ser un soldado más en la lucha contra el fascismo”. Lluís Companys a los anarquistas en 1936, después del intento de Golpe de Estado.  

1 comentario:

  1. Artículo largo y complejo de difícil análisis por la temática tratada. A primera vista puede tratarse como un artículo de temática histórica y política, pero a esos adjetivos hay que añadirle el adjetivo social derivando al terreno de lo humano. Ya que el anarquismo quisó implantar un sistema de organización colectiva que va mucho más allá porqué implica un cambio de mentalidad y de entender la sociedad.Quizás no toda la sociedad estaba preparada para ese cambio de mentalidad.De todos modos,felicito al autor de este artículo tan interesante.
    Saludos,
    Anna

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