domingo, 9 de febrero de 2014

El debate político como espectáculo reflejo de la hegemonía

“La forma inteligente de mantener a la población pasiva y obediente es limitando el espectro de opiniones políticamente correctas, pero alentando acalorados debates dentro de los límites de ese espectro” –NOAM CHOMSKY
    La frase que encabeza el presente artículo puede servir como resumen de las ideas y argumentos expuestos a continuación.
   Observar los debates[1] de los tertulianos puede ser una interesante actividad para observar la predisposición ideológica de un debate. Cual disposición parlamentaria cada uno de ellos ocupa un lugar simbólico en el plató.  Normalmente los tertulianos se agrupan en dos bloques que hacen patente el choque de opiniones, cuanto mayor sea el número de tertulianos más diametralmente serán ordenados según criterios de moderación o radicalismo –aunque no siempre-. El debate gira en torno a temas polémicos y principalmente de actualidad.

      La presentación del debate en todas sus facetas técnicas denota el ya corriente “liberalismo político” que trata sobre la inclusión de diferentes puntos de vista políticamente correctos, esto es, sin que las opiniones contradigan o entre en conflicto con la universalizada democracia-liberal de mercado, convirtiendo a las opiniones de los comentaristas en la voz de lo posible dentro del actual marco político. Mientras los debates se mantengan obtusos en este aspecto no podremos considerarlos un debate político puesto que el acto político implica una ruptura con el orden preestablecido y si no existe esa ruptura dejaremos de hablar de política en su pura esencia como la resolución de conflictos y daremos lugar a una puesta en escena de opiniones estériles. Si la política es realizar lo imposible, los principales debates que se nos muestra (LaSextaNoche, El cascabel, El gato al agua, etc.) son debates de cómo realizar lo permisible y a eso se le llama negocios o relaciones públicas, no política propiamente.
La máxima de estos programas se podría resumir en algún que otro mantra aquejado de un profundo relativismo y tolerancia absurda como “cada cual dice su verdad”, algo que ya refutó Aristóteles hace más de 2000 mil años. Mediante esta premisa, la cual trata de igual manera todas las opiniones, el espectador parece verse forzado a identificarse con un punto de vista afín que intente asemejarse lo máximo con sus intereses y valores. Es como si las respuestas posibles a escoger se encontraran en cualquiera de los productos mostrados en escaparate, es decir, únicamente los productos mostrados de cara a la galería. Las respuestas a los conflictos que estén fuera de este espectro serán consideradas políticamente incorrectas, como las siguientes acusaciones por ejemplo, entre otras varias:
·         Acusación de demagogia, manipulación u omisión de información para crear un discurso reduccionista y que gane apoyos.
·         Acusación tu quoque (latinismo que hace referencia a la falacia de un argumento debido a que el emisor del argumento ha incurrido en los errores que este mismo acusa, muy comúnmente recurre a datos manipulados o descontextualizados para validar dicha acusación).
·         Se muestra la propuesta como un anacronismo, como si fuera producto de las condiciones de una época pasada y los elementos que se proponen ya no tiene cabida en el  momento actual.
·         Responder a los planteamientos como utopías e idealizaciones irrealizables.Estas acusaciones son esgrimidas mayormente por sectores derechistas e incluso liberales.
       Ejemplificaré estas cuestiones con la falsa dicotomía izquierda-derecha del PP y PSOE. Muy a menudo, de manera corriente, se plasma la idea de que PP/PSOE son partidos dentro del espectro ideológico clásico burgués[2] como de centro, pero con tendencias a la derecha o a la izquierda. Bien, esta falsa creencia se sustenta sobre la base de los posicionamientos formales ante distintos temas que otorgan a cada partido su “toque personal” y son usados como baza para hacer patente su total diferencia respecto del otro. Este posicionamiento es más simbólico que real, puesto que ambos comparten las mismas bases en políticas y económicas de actuación, como por ejemplo el pacto para la reforma del art. 35 de la Constitución Española para hacer frente al pago del déficit a la banca. Vemos que ese simbolismo permite hacer creer –si es que alguien aún se lo cree- a los votantes que optan por posturas distintas cuando realmente lo que hacen son reforzar el bipartidismo. Esto en el debate se hace ver cuando tertulianos derechistas y cercanos al régimen hacen hincapié en los años de gobernanza de la izquierda, haciendo referencia al PSOE, como los causantes de muchos de los males económicos y de otra índole que afectan al país y no la derivación del régimen franquista a una democracia oligárquica.
     La percepción irreal de esta falsa dicotomía política distorsiona el ideario del ciudadano frente a la política haciéndole perder la confianza en las instituciones públicas y en la participación de los –pocos- procesos democráticos que le es confiado. Esta desilusión se trasluce con frases como “todos los políticos son iguales, solo roban” o “izquierda y derecha misma mierda”. Este juicio a priori resulta peligroso, puesto que al no participar se ofrece mayor poder de decisión a las grandes oligarquías políticas y económicas y puede desembocar en una actitud filofascista ante el hartazgo de la incompetencia y el mirar hacia otro lado de los delegados políticos de la sociedad civil haciendo resurgir respuestas reaccionarias que profetizan el cumplimiento de los deseos inmediatos del “pueblo” o las “masas”...

        La mediatización de las opiniones políticas se convierte en un sucedáneo de la propia hegemonía, como que hay que posicionarse siempre en las posturas ofrecidas por los medios sin que haya posibilidad de transgredir esos límites políticamente correctos ay que con ello se rompen los fundamentos institucionales del propio debate. El único posicionamiento que debe dar cabida en los actuales debates son la verdad y la mentira. La verdad no puede ser fruto de un consenso o negociación entre grupos o individuos (en este caso tertulianos) porque la verdad simplemente es o no es.
     La verdad en su configuración pactada requiere de un consenso entre esta misma y la mentira como punto de partida para iniciar un conflicto ideológico entre los que desean desbrozar por completo la mentira o consenso y dar lugar a una nueva verdad configurada contra los que pretenden convertir esa verdad en una mistificación surgida de otra ideología. Esta “lucha” entre nociones concretas que aspiran a “universalizarse” en la configuración política de la verdad es el objetivo de uno u otro bloque/comentarista en el debate o grupos de presión en los movimientos sociales. De lo que se trata, y esto recae en la responsabilidad de los intelectuales y teóricos, es de –frente a esta “tesis” y “antítesis”- plantear una superación (aufhebung) que trascienda toda ideología y que constituya el instrumento para saber aquello que verdaderamente es, sin falsas premisas desvinculadas del mundo material.
Mi consejo, quiero que seas políticamente incorrecto.


 Por Razvan Sebastian Pantea.


[1] Con “debate” hago referencia a discusiones más o menos mediadas en torno a varios temas protagonizados por más de 2 o 3 comentaristas.

2 comentarios:

  1. Quiero que seas políticamente incorrecto, como yo. Es una cuestión de hombría y pedagogía de cara a una humanidad domesticada hasta el castradismo intelectual más extremo.

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  2. ➧Se alquilan vaginas, agujeros negros, criadas domésticas, esposas, gnomos para cualquier cosa, lameculos para que cuando los poderosos hagan de sus cagadas no tengan que limpiarse el culo y que les quede reluciente:
    ➧¡Estamos para cualquier cosa, señores! Con tal de que el panzón deje caer a nuestro lado algunas migajas o mendrugos, engordaremos a los amos de lo nuestro y le seremos fieles cual perritos falderos.

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