sábado, 24 de mayo de 2014

¡Al ladrón! ¡Al ladrón!

Nos han acostumbrado a pensar que la única manera de combatir la delincuencia y la criminalidad es castigando a los que infringen la ley mediante penas de cárcel o multas. Parece que la mayoría de personas de nuestra sociedad, sin cuestionar el sistema penitenciario ni las condiciones socio-económicas de las distintas capas de la sociedad, piensa que lo más efectivo contra la delincuencia es meter al maleante en una celda hasta que redima sus pecados e incluso pensarán, muchos y muchas, que a la prisión solo van los malos, sin distinción de clase o raza.

Originariamente la cárcel surgió como método de custodia del detenido hasta que llegara el día del juicio, no es hasta el siglo XVI cuando la prisión aparece como forma de pena y de castigo y se afianza la idea de re-inserción o re-educación social del detenido. Hoy en el Estado Español seis de cada diez presos son inmigrantes y gran parte de los reclusos cumplen condena por delitos relacionados con la droga, es decir, gente que viene de estratos marginales de la sociedad. Sin embargo, un tercio de la población reclusa vuelve a reincidir una vez han sido puestos en libertad, lo cual deja muy en entredicho la eficacia de la “re-inserción social” y del propio sistema penitenciario.  Entonces alguien se puede preguntar: ¿Y para qué sirven las cárceles? Bien, pensamos que las cárceles tan solo sirven para poco más que destruir –y deshumanizar- a las personas que entran en ella y no para el objetivo que le marca la propia Constitución Española que es el de la re-inserción social del preso o presa.

Tanto la delincuencia como la gente que acaba entrando en la cárcel tiene una base económica concreta, es decir, que es un engaño aquello de “a la cárcel van los malos” ya que no se cumple siempre. A lo que nos referimos es que las cárceles son grandes basureros donde se mete, mayormente, a gente proveniente de las clases sociales más bajas y humildes y encerrando a esta gente se consigue, entre otras cosas, el mantenimiento del bienestar de las clases privilegiadas. Es como si no se castigara al que roba, sino que solo se castiga al que roba mal, mientras que el que roba “bien”, en grandes cantidades y con ayuda de los poderosos, además de no entrar en prisión, gozará incluso de ciertos honores y reconocimiento social. Hemos dicho que la mayoría de población reclusa proviene de las clases más humildes y populares de nuestra sociedad, ¿por qué? Si reflexionamos podemos llegar a la conclusión de que aquellos sectores de la sociedad que han padecido –y padecen- los estragos de la desigualdad económica, desigualdad educativa y marginación social acabarán delinquiendo, no por vicio o placer como pueden creer “los de arriba” sino como una mera forma de sobrevivir. Entonces, a propósito del perfil social mayoritario que accede en las prisiones, ¿Quién va a la cárcel? Consideramos que a la cárcel siguen yendo los mismos de siempre, es decir, los pobres. Había una frase pintada en la pared de una cárcel de Madrid del siglo XIX que decía: “Este sitio donde reina la tristeza, no se castiga el delito, se castiga la pobreza”. Es más fácil que vaya a la cárcel el “camello” del barrio que el gran narcotraficante, es más fácil que vaya a la cárcel el ladrón que roba comida en un supermercado para poder comer que el político o gran empresario que roba al pueblo. Si nos atenemos a las estadísticas, podremos ver que la mayoría de delitos son contra el patrimonio y la propiedad, por tanto si viviéramos en una sociedad donde la desigualdad social y económica no existiese o se viera reducida a máximos históricos podríamos contemplar como todos esos delitos se verían reducidos a cero. ¿Qué podemos hacer para paliar y reducir el delito? Por mucho que el Estado quiera combatir la criminalidad mediante la fuerza, la policía y las cárceles, sino se acaba con las condiciones económicas y sociales que provocan la delincuencia, todo intento será en vano. En cambio si el Estado utiliza más su mano izquierda invirtiendo más en sanidad, educación pública para todos y todas, invirtiendo en protección social, porque sabemos que la exclusión social y el delito son dos conceptos que van de la mano siempre. Y la prueba está en que todos aquellos Estados que utilizan más su mano izquierda (servicios sociales, educación para todos y todas etc.) resultan tener menos delincuencia y menos presos, mientras que países como el Estado Español, siguen respondiendo con su mano derecha (más policía, más cámaras, más cárceles)  y su resultado no es para nada menos delincuencia ni menos presos sino todo lo contrario.

¿Cómo actúa el Estado español? Gastando más dinero público en incrementar el número de policías y de cámaras de “seguridad”. Argumentan que lo hacen por nuestro bien y para combatir los altos índices de criminalidad, pero ellos saben realmente que no es así, saben que con puño de hierro se puede acabar con las personas que provocan delitos, pero no podrán acabar con las desigualdades que provocan esos delitos. El Gobierno español ha considerado primordial para el “bienestar” de su población aumentar la vídeo-vigilancia y la creación de campañas de concienciación y control policial.

A modo de conclusión tan solo nos resta decir si queremos acabar con los altos índices de delincuencia y criminalidad deberemos atacar de raíz las condiciones que provocan el delito, es decir, acabar con la desigualdad económica y educativa que sufren los sectores más humildes de nuestra sociedad. Y que mientras desde el Gobierno se siga actuando con mano derecha no se solucionará nada, sino que la delincuencia y la criminalidad se verán mantenida en su mismo nivel e incluso aumentará.


“Las cárceles no son más que el basurero de un proyecto socio-económico  determinado al cual arrojan a todas aquellas personas que molestan dentro de la sociedad. Por eso las cárceles están llenas de pobres”.  Xosé Tarrio Gonzalez (preso anarquista muerto en prisión el año 2005). 

sábado, 10 de mayo de 2014

Sobre la abstención

Se acerca el 25 de Mayo y con él las elecciones al parlamento europeo. Empiezan ya las campañas electorales de los partidos nacionales adscritos a partidos europeos, que no han hecho esperar al electorado y han atacado ya ferozmente a la abstención.

Pero, ¿cuáles son los argumentos que usan contra ella? Básicamente todos se basan en: la abstención no computa, luego no incide en la conformación de las instituciones, y posteriormente, ningún régimen ha sido derrocado por medio de la abstención electoral.


El primer argumento es legitimador del sistema político liberal-representativo y parlamentario. Precisamente, con la abstención activa, se pretende no participar en la formación de las instituciones. ¿Qué régimen político-económico ha sido cambiado desde dentro y por elecciones? Ninguno. Ahora bien, desde fuera, han sido muchos los que han sido destruidos, lo que invalida a su vez el segundo argumento. Claro que la abstención activa ha derrocado regímenes. La organización al margen de las instituciones ha acabado en vastas ocasiones con el capitalismo y el sistema político liberal-representativo y parlamentario. Ejemplos hay muchos. Demasiados.


Se pueden ganar unas elecciones, lo que no significa que se haya ganado el poder. Éste, en la Unión Europea, lo ostentan más de 50 grupos de presión formados por grandes y medianos empresarios que, debido a la contradicción palpable de intereses entre empresarios y trabajadores, se benefician a ellos mismos. O lo que es lo mismo, el poder económico europeo ha monopolizado el poder político. Es decir, incluso aunque llegase un partido anticapitalista al poder de la Unión Europea, no podría reformarla de modo que suprimiera los privilegios de esos empresarios, puesto que son ellos los que tienen el poder.

Una vez aclarado esto, el último y más sonado argumento en contra de la abstención ha sido que ésta favorece a los partidos mayoritarios (Partido Popular Europeo y Partido Socialista Europeo). Y de hecho es cierto, pero como ya habrá podido observar la lectora, incluso aunque las elecciones las ganara un partido anticapitalista, el poder seguiría siendo inaccesible. Y aunque las ganara un partido socialdemócrata, el poder seguiría estando en manos de las élites económicas europeas. Con lo cual, ese argumento se convierte en oportunismo electoral, puesto que en el caso de que no ganaran esos partidos europeos, tampoco se conseguirían cambios.

En conclusión, una alta participación electoral no significaría cambio alguno. En cambio, la abstención sí. No porque condicione la formación de las instituciones o deslegitime el sistema político-económico, sino porque la abstención convertida en organización es un acto revolucionario. Y la revolución es cambio. Es boicot.