miércoles, 22 de julio de 2015

Joaquín Gambín "El Grillo" y el Caso Scala

Para poder entender lo que supuso el Caso Scala para el Estado se debe atender a un punto clave en todo el caso y por ello es menester recordar este apodo: “El Grillo”.

El Grillo

Los anarquistas procesados en el Caso Scala, aparte de anarquistas, tenían en común ser jóvenes anti-franquistas radicalizados. Pero de estos imputados hubo uno que ni fue detenido ni respondía a ese perfil de “joven radical”. Su autentico nombre era Joaquín Gambín Hernández. Era un viejo anarquista, de unos cincuenta años, que no se le conocía ninguna afiliación sindical y que tenía muchos antecedentes por falsificación, robo y estafa. Pero Joaquín Gambín, aun teniendo todos esos antecedentes, los cuales le mantendrían muchos años en prisión, se encontraba en busca y captura, por lo cual el Gobierno consideró menester contratarlo como confidente policial y ser infiltrado en el renaciente movimiento anarcosindicalista que tanto estaba molestado al Estado y a ‘su’ consenso demócrata. Se le manipuló el expediente para reconvertirlo en preso político, se le aplicó la Ley de Amnistía y desde enero de 1977 comenzó a cobrar 45.000 pesetas mensuales por pasar información a la policía. Sus primeras andaduras por el movimiento libertario fueron exitosas. Primeramente –y contratado por José Gregorio López Marín (Inspector policial)- consiguió que detuvieran a cincuenta anarquistas de Murcia que habían refundado la F.A.I. haciéndose pasar por un contrabandista de armas y explosivos. Seguidamente se infiltró en el E.R.A.T. (Ejército Revolucionario de Apoyo a los Trabajadores), creado por los trabajadores de la SEAT. Tal grupo fue desarticulado tras realizar expropiaciones a entidades bancarias y supermercados. Pero esto no era más que un calentamiento para lo que se estaba a punto de avecinar. 
Gambín, rebautizado como “El Murciano” reapareció en Barcelona y entabló amistad con los que meses más tarde serían acusados del atentado contra la Sala Scala. El “viejo anarquista” apareció por Barcelona tan solo una semana antes de la manifestación contra los Pactos de la Moncloa, a la que asistiría para lograr su objetivo. Una vez finalizada y desconvocada dicha manifestación, El Grillo se acercó a José Cuevas, Javier Cañadas y Arturo Palma, los cuales recibieron de parte de Gambín materiales incendiarios. La historia oficial cuenta que Gambín les convenció para que arrojaran los cocteles molotov en la entrada de la Sala de fiestas Scala, pero los testimonios vecinales –a los cuales se les negó poder testificar en el juicio- aseguraron siempre que el incendio empezó en la parte trasera, justo al lado contrario de donde se lanzaron los cocteles molotov. En todo caso, terminado su trabajo, El Grillo se desvaneció. Esta vez desapareció de verdad, la Policía Nacional lo puso, de nuevo, en busca y captura porque no se sabía su paradero. Semanas más tarde apareció en la localidad murciana de Rincón de Seca, donde dio varias entrevistas a distintos periodistas y no dudó en admitir ser un confidente policial que estaba bajo las órdenes de la Brigada Central de Información dirigida por aquel entonces por el famoso comisario Roberto Conesa. Tal comisario obtuvo su fama a raíz de haber estado siempre involucrado en incontables actuaciones de las “cloacas del Estado” durante la Transición, como por ejemplo el atentado contra el independentista canario Cubillo, el incendio del Hotel Corona de Aragón o los secuestros de Oriol y Villaescusa por el GRAPO.
Hasta que no se celebró el primer juicio Gambín no fue detenido. Fue detenido en Valencia en 1981. Se le detuvo con documentación falsa y declaró que, tras haber recibido 100.000 pesetas, la Brigada de Información lo abandonó a su suerte. Días después volvió a desaparecer en extrañas circunstancias y no volvió a reaparecer hasta la vista oral del Caso Scala. Cuando se celebró el juicio ocurrió otro extraño suceso. Gambín, desde paradero desconocido, se puso en contacto con la CNT y se ofreció a declararse como único responsable del incendio y exculparía al sindicato anarquista. Todo eso a cambio de que la CNT le proporcionara documentación falsa para huir de España. La propuesta fue estudiada y finalmente rechazada por el Comité Nacional de la CNT, ya que consideraron que su testimonio no tendría ninguna validez y además que podría servir para desprestigiar, aun más, a la CNT.

El juicio de Gambín

Que Joaquín Gambín no apareciese en el primer juicio supuso unos grandes traspiés para la parte defensora del caso y sus pretensiones de demostrar que todo se había tratado de una artimaña de las cloacas del Estado para implicar al sindicato anarquista en el atentado. Aun así, su ausencia no hizo más que acrecentar las sospechas sobre el papel que había tenido.
Tras las primeras detenciones después del atentado, El Grillo desapareció del mapa y aunque fue puesto en busca y captura no pareció convertirse en una prioridad policial. A finales de octubre de 1979 reapareció por primera vez en la ciudad de Elche. Fue encarcelado, pero no por haber estado implicado en el atentado contra la Sala Scala, sino por un asunto de cheques falsos. Justo un mes después, fue puesto en libertad y volvió a desaparecer. Fue ya en Valencia, en 1981, en que fue detenido como coautor de los hechos y juzgado en diciembre de 1983. Pasó una semana de la sentencia del primer juicio y, para sorpresa, la revista Cambio 16 publicaba una entrevista con El Grillo realizada mucho antes del juicio. En esa primera entrevista el “viejo anarquista” se exculpaba  en todo momento. Rechazó su condición de confidente policial. Negó ser el instigador del lanzamiento de explosivos y dijo haberse enterado del incendio una vez llegó a casa de un compañero. Y sobre su extraña –y rápida- puesta en libertad- aseguró que se debía a un simple error burocrático.
Durante todo un año no se supo nada de Joaquín Gambín, se lo había tragado la tierra. Pero todo cambió a finales de 1981, en diciembre concretamente, en el que “El Grillo” fue detenido nuevamente por la policía de Valencia. En esa misma ciudad fue interrogado por el fiscal Del Toro, pero para sorpresa de todos, su discurso cambió radicalmente. El Grillo cantó. ¿Qué ocurrió? Que perdió la protección que tenía hasta entonces por parte de la Brigada de Información. Le confesó a Del Toro que ni siquiera fue detenido, sino que se entregó para esclarecer todo el caso. El hecho de haber participado en una misión contra ETA, en la que casi pierde la vida, le hizo recapacitar y desear dejar su trabajo como confidente. Como pruebas aportó varias pistolas y documentación falsa que le había proporcionado la policía.
La historia de Gambín ya era conocida dentro de todo el movimiento revolucionario. Un preso común que para expiar sus pecados era contratado como confidente con la misión de desactivar a “violentos radicales” y después denunciarlos. “Alguien”, cuyo nombre nunca quiso dar Gambín, creyó ver en ese grupo de cenetistas “terroristas en potencia”. Así que a “El Grillo” se le encargó incitarlos a cometer actos terroristas. Eso sí, de forma paralela a las informaciones de los testigos vecinales que hablaban de un incendio originado en la parte trasera del Scala, Gambín mantuvo en todo momento que él era inocente en lo que concierne al incendio. Finalmente Del Toro ordenó su encarcelamiento. En febrero de 1982 fue procesado por fabricación de explosivos y por haber instruido a los acusados a fabricarlos. El fiscal pedía 16 años de prisión. Pero el juicio tardó otros dos años en celebrarse. El 15 de diciembre de 1983 se celebró el juicio, el cual fue un puro trámite que duró tres horas. Finalmente Gambín fue condenado a la pena demandada por el Fiscal.

A nadie del estamento judicial pareció interesarle indagar en la confesada relación de Gambín con los servicios secretos policiales. Este último juicio ni siquiera tuvo relevancia en los medios de comunicación. El Caso Scala ya no era noticia. 

domingo, 5 de julio de 2015

Anarquismo y cuestión nacional

Anarquismo y patria

Uno de los mayores errores que se comete a la hora de analizar el anarquismo, tanto por personas ajenas a dicha ideología como por las anarquistas mismas, es considerar la nación como algo ajeno a la ideología libertaria, confundiendo la crítica al Estado con el repudio a la nación, a la comunidad o etnia que nos cobija, y como consecuencia de este error nos encontramos ante una supuesta actitud contraria, por parte del anarquismo, hacia conceptos tan presentes hoy en el Estado español como son “autodeterminación” o “independencia”. Bien es cierto que, al igual que en el marxismo, la teoría anarquista ha sabido muy bien vincular la patria como un usufructo de la burguesía. Y cierto es que con el surgimiento del Estado moderno, el patriotismo ha estado siempre vinculado a la clase capitalista y dominante, y a la vez ha estado como algo ajeno a la clase obrera. Si por patriotismo entendemos la consideración del Estado como un valor supremo podemos ver al anarquismo como su más clara antítesis. Pero si por el contrario entendemos por patriotismo –o nacionalismo- unos vínculos afectivos hacia la tierra que nos vio nacer (sus tradiciones, paisajes, lengua, etc) ninguna anarquista podrá negar que, en principio, no es algo negativo y que es tan natural como el amor que puede sentir alguien por sus familiares y amistades. El patriotismo, en ese sentido, no debe ser incompatible con el internacionalismo proletario ni con el rechazo al Estado.

El movimiento anarquista debe tener muy claro que la idea de revolución social ha de ir íntimamente ligada con la autodeterminación de todos los pueblos y naciones oprimidas del mundo. En nuestro caso, el del Estado español, cualquier anarquista que se precie debe apoyar la autodeterminación de los distintos pueblos que forman, por la fuerza, el Estado español. Debemos, pues, rechazar y atacar con fuerza esa anticuada idea de cierto republicanismo, tanto liberal como ‘marxista’, que pretende mantener la sacrosanta unidad del Estado español como elemento indispensable para ‘su’ socialismo. Todo Estado, por más proletario que llegue a presentarse, es necesariamente un opresor, un explotador de las masas desposeídas, y si dentro del marco político de ese Estado existe una o varias naciones, estas serán también necesariamente oprimidas y privadas de su libertad como pueblo. Se debe establecer una clara diferenciación entre el Estado y la nación, la comunidad. El primero es un elemento jurídico artificial, explotador y usurpador, mientras que la segunda es un hecho popular, un hecho natural e histórico y es por ello que debemos “sentirnos franca y constantemente patriotas de todas las patrias oprimidas”, como ya dijo el camarada Bakunin. El “autentico patriotismo”, aquel patriotismo “legítimo” del que habló Mijaíl Bakunin, es ese que no confunde el amor por la nación, la comunidad, con el amor y la servidumbre al Estado, y que no antepone una particularidad propia – por muy tradicional que pueda llegar a ser- a la universalidad proletaria. El camino de la liberación nacional no puede separase de la revolución social, ni este de la libre federación de las comunas y de los medios de producción colectivizados.



En los distintos movimientos de liberación nacional, al movimiento anarquista, se le reserva una tarea de suma importancia: plantear el problema nacional también en sus aspectos socioeconómicos paralelamente a la lucha contra la nación y Estado opresor. Los y las anarquistas tenemos como deber revolucionario estar al lado de cualquier comunidad que se rebele contra la opresión, tanto económica, política y nacional.
La lucha antiimperialista se plantea tanto en términos de lucha de clases como de liberación nacional. Y solamente la victoria revolucionaria de la clase obrera puede resolver la cuestión nacional en el sentido de los intereses de la clase trabajadora. Es por ello que en las distintas luchas de liberación nacional el movimiento libertario debe participar activamente, sacando a relucir la cuestión social, y encaminar así el movimiento nacional hacia la verdadera liberación de nuestra clase.

Liberación nacional y liberación de clase

La liberación nacional de cualquier pueblo oprimido es condición indispensable para la  liberación del proletariado internacional. No puede existir emancipación de la clase obrera si persiste, en cualquiera de sus formas, la dominación nacional. La opresión nacional puede resolverse democraticamente en el propio seno de las democracias burguesas, pero es solo con la llegada del comunismo cuando podrá superarse, que no resolverse, todo tipo de opresión nacional con la fusión de todas la naciones en una sola comunidad global, poniendo así fin a cualquier división u opresión de índole nacional. Como todo en política, la cuestión nacional también puede ser dirigida por una clase u otra. Para que no sea dirigida por y para la burguesía, la clase trabajadora no puede –ni debe- desentenderse de ella para no dejar la nación en manos de la burguesía. Es por ello que debemos, como anarquistas, defender arduamente dos principios inseparables y que se necesitan mutuamente: Internacionalismo proletario y derecho a la autodeterminación.
En el caso del Estado español, donde aún persiste una situación de opresión nacional, el proletariado militante –y sus respectivos movimientos revolucionarios- deben denunciar ferozmente la opresión nacional ejercida por la nación dominante (la española) y defender el derecho a la libre autodeterminación. El objetivo, pues, debe ser el de resolver la opresión nacional, o al menos reducirla lo máximo posible y luchar por una unidad proletaria internacional.
Pongámonos en el caso catalán: ¿Es condición necesaria para la liberación de la clase obrera española que este respete y defienda la autodeterminación del pueblo catalán? Rotundamente sí, ya que ante un conflicto nacional de tal magnitud –y recorrido histórico- la unidad proletaria internacionalista no puede ser realmente sólida sin un apoyo mutuo real de la clase explotada de la nación opresora (España) y la clase explotada de la nación oprimida (Cataluña). Para que todo esto cuaje, también es menester que la clase obrera de la nación oprimida le declare abiertamente la guerra a ‘su’ burguesía nacionalista.
Negar el problema en vez de abordarlo para darle solución sería un gran error político y, por otra parte, sería hacerle el juego a la clase dominante de la nación opresora. Y paralelamente a esto, la clase trabajadora de la nación oprimida tampoco debe hacerle el juego a la burguesía nacionalista.

Nuestro deber, pues, es el de luchar contra toda opresión nacional y apoyar la autodeterminación de todas las naciones oprimidas del mundo, esta lucha ha de ser un pilar básico de una línea realmente internacionalista y es condición sine qua non para poder unificar en un movimiento revolucionario –y organizado- a los proletariados de una y otras naciones.