lunes, 23 de mayo de 2016

La aparición de la nueva mujer como cuestionamiento del sistema sexo-género

Los llamados locos años 20 surgieron entre finales de la Primera Guerra Mundial (1914 – 1918) y la Gran Depresión (del crack del 29 hasta principios de los 40). Durante esta época se dieron muchos cambios en la economía y la sociedad. Para algunas personas la posguerra supuso la felicidad de haber acabado con la violencia imperante, para otras fueron momentos de luto y pérdidas. Había menos hombres entre la población, puesto que muchos habían muerto debido a la guerra. Otros, se habían quedado con alguna herida – psicológica y/o física– que los indisponía a seguir con su vida cotidiana. Entonces, fueron las mujeres quién tomaron las riendas y salieron al mercado laboral para ocupar el lugar que hasta entonces había sido reservado a los hombres.

Este cambio en el rol tradicional de las mujeres provocó no solamente un cambio en sus vidas y en la visión social de ellas, sino también un cambio en sus actitudes e identidades. Fue una temporada revolucionaria en la cual las mujeres lucharon por la igualdad formal entre los géneros. Al luchar por sus derechos consiguieron en algunos países el voto femenino, como también acceder a lugares o actividades que habían sido vetados para ellas hasta entonces.

Este cambio también se reflejó en la forma de vestir. Dejaron atrás el corsé tradicional, las prendas de ropa voluminosas y las faldas muy largas para adaptarse a un nuevo estilo de vida más frenético. Ahora sería más masculinizado, juvenil y cómodo. A raíz de la proliferación del uso del sujetador, que se empezó a popularizar a partir de 1914 gracias a Mary Phelps, las llamadas “nuevas mujeres” dejaron atrás la incomodidad del corsé para usar esta nueva prenda o fajas elásticas. Los sujetadores que surgieron a inicios de los años 20 eran parecidos a camisetas interiores, aunque más cortos y lineales. Con estos las mujeres iban más cómodas y a la vez adoptaban un estilo más andrógino, ya que se disimulaban las curvas. Esto no pasó solamente con el uso del sujetador, también con varias prendas de ropa más. Se sustituyeron los peinados con cabellos largos y recargados de accesorios por cortes al estilo garçonne, que sería el nombre que después adoptarían estas mujeres en Francia. Este peinado estaría coronado por el sombrero de campana característico de este estilo, que también colaboraba al dar este toque andrógino anteriormente comentado. Esta forma, inspirada en los cascos militares, era un símbolo de masculinidad que usado por una mujer adquiría un punto de subversión. Los vestidos holgados, largos y cercados se empezaron a acortar hasta llegar a la altura de las rodillas en el 1925. Se iban eliminando las prendas de ropa que marcaban la figura femenina para empezar a llevar otros más rectos, cinturones flojos, sin mangas y con detalles llamativos cómo serían los brillantes y las plumas. Había mujeres que incluso decidieron comprimirse el pecho usando cintas con la voluntad de llevar a cabo un día a día más práctico.

Esta forma de vestir se traduce como una rebelión contra la feminidad tradicional, totalmente rígida y obligatoria hasta entonces. También lo era el maquillaje exagerado, que era visto como algo poco decente. En la misma línea, rompían con la moralidad clásica fumando y bebiendo, conduciendo rápido, saliendo solas o con amigas por las noches, bailando jazz o charlestón, teniendo relaciones sexuales antes del matrimonio y en definitiva, rehuyendo de su rol impuesto. Todas estas acciones sólo las podían hacer los hombres durante aquella época. También fueron ellas las precursoras de la cultura lesbiana y de liberación sexual.

Por otro lado, en Estados Unidos, nacerían las llamadas flapper. Hay pocas diferencias entre las dos, pero las más remarcables serían que las garçonne combinaban características tradicionales femeninas (bolsos pequeñas, guantes delicados, collares recargados, zapatos de tacón...) con otras masculinas (bastones, corbatas, americanas, relojes de bolsillo...); mientras que las flapper vestían totalmente de forma masculinizada, imitaban algunos comportamientos hegemónicamente masculinos y escondían sus características físicas más feminizadas.

Aun teniendo en cuenta sus diferencias, la lucha de las garçonne y de las flapper era común: tenían el objetivo de acabar con el rígido ideal de feminidad de esa época y de demostrar que ellas eran capaces de hacer actividades típicamente masculinas y trabajar o hacer las tareas que ellos habían hecho hasta entonces. Es importante remarcar que las que podían demostrar su revolución con su forma de vestir y actuar, solamente eran las mujeres occidentales o americanas de clase alta.

Federica Montseny y el resto de mujeres de los años 20 se encontraron con una dicotomía entre dos modelos de mujer: la perfecta esposa y madre versus la garçonne/flapper. Montseny (Madrid, 12 de febrero de 1905 - Tolosa, 14 de enero de 1994) fue una importante militante anarcosindicalista y la primera mujer ministra en España. A pesar de que ella nunca se consideró feminista , sus ideas sobre la emancipación de la mujer han influido mucho en este movimiento. Ella no se definía como tal porque el feminismo existente entonces estaba ligado al sufragismo y era defendido por mujeres burguesas sin tener en cuenta otras realidades. Además, no consideraba que los objetivos del sufragismo –la igualdad formal y derecho al voto- fueran los realmente prioritarios entonces, puesto que ella no creía en el gobierno sino en el cambio de base de la sociedad. La conciencia de clase que tuvo Federica y su pensamiento anarquista, la impulsó a luchar por la liberación de las mujeres pero en concordancia con la de los hombres; ella pensó que el objetivo era la abolición del estado y del capital para que todos y todas fuéramos seres libres e individuales. Luchó por visibilizar las mujeres importantes en la historia, por la autonomía y la libertad de elección y en contra los comportamientos patriarcales de los hombres anarquistas que militaban con ella.

Montseny, en 1926, escribió sobre el fenómeno e influencia de las garçonne:

“Masculinizarse no es ni puede ser elevarse, libertarse ni dignificarse. Debemos tener de nosotras un concepto más superior y más altivo. Y en nosotras ha de haber una aspiración más alta que esa menguada aspiración a emular e imitar al otro sexo. (…) Y es necesario combatir en sus raíces esa desdichada desfeminización que, de extenderse, nos hará caer en el mortal abismo del ridículo y es un ultraje contra la estética y contra la Naturaleza. (Montseny, a Tavera, 2007)”. 
Teniendo en cuenta el contexto, son legítimos el punto de vista y objetivos de las nuevas mujeres a la vez que lo es el de Montseny. La autora entiende la revolución de ellas como renegar de lo que hasta entonces se había considerado propiamente femenino y empezar a modelar las características de las mujeres hacia las de los hombres para conseguir una igualdad real. Las nuevas mujeres, por su parte, no querían demonizar lo que es tradicionalmente femenino, sino la obligación a serlo de una manera impuesta. Interpreto el estilo garçonne como una forma de liberación y de, por primera vez en muchos años, libre elección de como las mujeres pueden y quieren construir su identidad. No encuentro ningún problema en el hecho de apropiarse de algunas características masculinas si estas las hacían estar más cómodas trabajando o pasárselo mejor cuando salían. Realmente, según mi punto de vista, no hay nada que sea masculino o femenino inherentemente; sino que es la sociedad quien marca esta división sexual. Por lo tanto, me parece correcta la visión de las garçonne de quedarse con los buenos atributos asociados a la masculinidad, siempre y cuando no llegaran a los perjudiciales cómo serían la dominancia, la agresividad y la violencia. En la misma línea, hace falta desligarse de la sumisión y la pasividad ligadas a lo considerado femenino. Este debate llega hasta la actualidad con los estudios sobre

nuevas masculinidades, que abren la puerta a los hombres a crear nuevas identidades no dañinas, lejos de la masculinidad hegemónica, y a expresarse y representarse lejos de un marco patriarcal. Aunque Montseny también fue una mujer que rompió con los roles clásicos por ser luchadora, autónoma, militante y defensora de la igualdad y la individualidad de toda persona, en su crítica a las nuevas mujeres demuestra no ser consciente de la construcción social del género y del binarismo impuesto en aquella época –cosa lógica hablando de los años 20-, como también es impuesto ahora.

“Una mujer-mujer, no mujer-hombre ni mujer-hembra. Una mujer-mujer, no criatura sin personalidad ni sexo. Una mujer orgullosa y segura de si misma, con plena conciencia de que en ella están los destinos y el porvenir de la raza humana. Una mujer creadora de hombres y no imitadora; una mujer que sepa representar al sexo y a la especie; que posea una individualidad fuerte y propia, una gran fuerza moral, hija del concepto seguro y tranquilo que de sí misma tenga y de la confianza que su capacidad, su serenidad, su dignidad inspiren individual y colectivamente. (Montseny, a Tavera, 2007)”.

Montseny asocia la masculinidad femenina a la falta de personalidad e individualidad de estas mujeres, y propone un ideal de mujer empoderada y orgullosa pero a la vez cuidadora y encargada de ser madre. Su crítica a la masculinidad expresada por las mujeres demuestra cierto punto de transfobia y lesbofobia; justificada en parte por la época y la falta de conciencia del carácter construido del género, cómo hemos comentado antes. Desde el punto de vista del feminismo de la diferencia, del cual ella fue precursora, seria lógico pensar que Federica reivindica la feminidad clásica sin ligarla a conceptos negativos socialmente como serian la debilidad y la sumisión. Con tal y con eso, es cierto que dio mucho relieve a que las mujeres fuesen madres y cuidadoras, el ideal de la mujer como el ángel del hogar sigue vigente en sus escritos, aunque siempre respetó el aborto y la libre elección de cada una. En 1927 escribió “mujer sin hijos, árbol sin fruto, rosal sin rosas”.

La masculinidad tradicional y sus respectivos privilegios corrían riesgo con la aparición de las garçonne y las flapper, que suponían un desafío al orden heteronormativo del sistema sexo-género. Si tenemos en cuenta el hecho de tener pluma (ya sea masculina o femenina) como un hecho transgresor que pone en cuestionamiento el sistema, y la violencia de género es aquella que se ejerce basándose en la opresión de este sistema; se podría afirmar que juzgar negativamente la masculinidad en las mujeres y la feminidad en los hombres es una forma más de violencia de género.

Aportación de Mireia Medina.