miércoles, 20 de julio de 2016

La cuestión agraria: El problema campesino en la Cataluña revolucionaria

Un 19 de julio de 1936 daba inicio la Revolución social española en diversos puntos de la España republicana. Entre todos sus logros –y errores- cabe destacar, sin duda alguna, uno de los más importantes, a saber: la colectivización agraria, concretamente en Cataluña.  Adentrarnos en ella no sólo como forma de entender, comprender y criticar aquella intentona revolucionaria de cariz anarquista, sino también como reflexión política desde el movimiento obrero y anarquista actual para poder eliminar ciertas faltas, sobre todo para que no se repitan en la próxima revolución social.
Si en Aragón la colectivización agraria fue profunda, exitosa y aceptada de buen grado por el campesinado, en Cataluña fue todo lo contrario. En el campo catalán nos encontrábamos por aquel entonces con unos poderosos movimientos cooperativistas, sindicatos de pequeños propietarios agrícolas y una potente Unió de Rabassaires representante de la pequeña burguesía campesina y agrícola que llevaba por lema la tierra para quien la trabaja y que, por tanto, no estaban por la labor de aceptar la socialización de la tierra. Con el estallido de la guerra civil y de la revolución social, un terremoto político azotó el campo catalán delimitando dos frentes: socializar toda la tierra (fuera por la fuerza o no), postura defendida por el sindicato CNT y el POUM, o mantener las tierras a nivel de propiedad individual o familiar, postura defendida por la Unió de Rabassaires, ERC, PSUC y UGT.
¿Cómo se planteaba desde la CNT –y el movimiento anarquista en general- la revolución en el campo catalán? Desde un primer momento la CNT se mostró públicamente favorable a la total socialización del campo, y el 19 de diciembre de 1936 los sindicatos campesinos de la CNT elaboraron un pacto con la Unió de Rabassaires para cooperar. Pero dicho pacto no llegó a oficializarse ya que la Unió de Rabassaires no se presentó a la cita aludiendo que la UGT también debería ser partícipe de tal pacto cooperativo, lo cual la CNT no pudo aceptar ya que UGT se había mostrado públicamente contrario a la colectivización, tanto agraria como industrial. Los primeros problemas en dicha colectivización ya comenzaban a surgir desde bien pronto, así lo denunciaba el líder anarcosindicalista Joan Peiró en Perill a la reraguarda (Mataró, 1936):

(…) Lo primero que han hecho muchos revolucionarios que han salido al campo a plantar la semilla revolucionaria, ha sido privar al campesinado de todos los elementos de defensa, de las armas, tan necesarias para quien, como él, viven una vida fiera y aislada; y cuando los campesinos han sido desarmados, estos revolucionarios les han vuelto a robar hasta la camisa. Id, ahora, a hablarle de revolución al campesinado de Cataluña.

Joan Peiró venía a denunciar que el hecho de implantar, por la fuerza, la colectivización de la tierra, a sabiendas de que el campo catalán era una tierra históricamente de pequeños propietarios, hacía que el campesinado poco a poco fuera distanciándose de la CNT, del anarquismo, de la revolución social, y fuera posicionándose a favor de otros fuerzas políticas antifascistas.
La posición de la CNT para con el campo catalán era firme, como escribiría Félix García en Colectivizaciones campesinas y obreras en la revolución española: “No hay que olvidar que para los anarquistas y para los campesinos en general (haciendo alusión a la extensa masa campesina aragonesa y andaluza), los pequeños propietarios representaban el peligro de la reaparición de la clase de ricos propietarios.” Por tanto, desde el movimiento anarquista, a sabiendas de que el campesinado –o gran parte de él- catalán podía ponerse en contra de la revolución, se siguió para adelante con las colectivizaciones. De esta forma lo explicaba Ramón Porté en la Memoria del congreso agrario de la CNT (marzo de 1937):

(…) Porque la eterna aspiración del campesino ha sido la de poseer la tierra (…) Nosotros hubiésemos captado a ese mismo campesino, ofreciéndole la tierra; pero, entonces, habríamos estrangulado la Revolución. Hay que ir a la socialización de la tierra.

Aunque en la teoría la CNT iba a respetar el derecho del pequeño propietario a cultivar su tierra, siempre y cuando no fuera negativo para la colectividad e iba a convencer mediante el ejemplo a los pequeños propietarios a que aceptaran la socialización de su parcela, cosa que se había aprobado por mayoría en el Congreso regional de campesinos de Cataluña el 5 y 6 de septiembre de 1936, en la práctica, tal resolución no se llevó a cabo más que en contadas ocasiones. Así, la mayoría de veces, el avance de las milicias anarquistas que iban dirección Aragón impuso por la fuerza la colectivización a muchos pequeños propietarios campesinos.
Pero la problemática campesina durante la revolución social de 1936 no se detuvo aquí, sino que también tuvo su vertiente nacionalista. Y es que a todo lo anteriormente explicado, se le sumaba un campesinado catalán que a duras penas conocía el castellano, y que hubo de enfrentarse a unas columnas anarquistas que provenían del cordón industrial de Barcelona y que no hablaban catalán, pues provenían de la inmigración andaluza, murciana y extremeña. El líder anarcosindicalista Josep Peirats, explicaba así dicha problemática en su obra De mi paso por la vida. Memorias:

(…) Refiriéndonos a Cataluña, conocemos el carácter conservador de nuestro campesinado. Salvo en algunas comarcas, y siempre reduciéndonos a los pueblos, no dimos con la fórmula que hubiera podido romper con el hielo entre la ciudad y el campo. De ahí que costaste penas y sudores imponer las colectivizaciones en el campo. Por el hecho de que en determinadas cuencas mineras predominara el proletariado de habla castellana, la mayor parte de nuestra propaganda se hizo en lengua castellana… Ha dado la impresión en la ciudad y en el campo de que el movimiento anarquista era un producto exótico de importación. De ahí, repito, tuvimos que sudar la gota gorda para imponer nuestra innovación colectivista en el campo catalán, y que tuviéramos el mal acierto de escoger para hablarles de la buena nueva a oradores del habla que les era antipática… Y lo más peregrino del caso es que la inmensa mayoría de los confederales y faístas, empezando por los de más relieve, o eran catalanes natos o empleaban el catalán por adaptación a aquella tierra. Sin embargo, incluso en nuestras asambleas solían no pocos asistentes abuchear a los oradores que se atrevían a emplear la lengua regional.

Tras estas palabras de Josep Peirats en sus memorias podemos ver cómo el clivaje nacional también fue uno de los puntos fuertes en la problemática campesina durante la revolución social.
Por otra parte, y ante esta disyuntiva entre CNT y el campesinado catalán, las políticas del PSUC fueron mucho más hábiles y oportunistas y se lanzaron desde el primer momento a la defensa acérrima de los intereses de los pequeños propietarios agrícolas, junto con ERC y la Unió de Rabassaires. Así pues, la colectivización agraria en Cataluña pasó sin pena ni gloria al compararla con otras zonas como Aragón, a diferencia del gran éxito de la colectivización en la zona industrial.

A 80 años del estallido de la última revolución en Europa occidental podemos discernir, desde muchas perspectivas, los errores, limitaciones –y logros- de aquella intentona insurreccional de la clase trabajadora de la España republicana. 

Aun con las buenas intenciones de aquellos trabajadores, fue un gran error imponer por la fuerza la socialización de la tierra en el campo catalán, a sabiendas de que tradicionalmente en Cataluña había predominado la pequeña propiedad y la propiedad familiar. ¿Qué debió hacer el sindicato CNT ante ese contexto? Nada raro, simplemente haber cumplido a rajatabla los acuerdos a los que se llegó el 6 de septiembre de 1936 en el Congreso Regional de Campesinos de Cataluña, donde quedó estipulado que la pequeña propiedad agrícola se mantendría, siempre y cuando no perjudicaran a la colectividad, y solamente mediante el ejemplo y el proselitismo se intentaría convencer a los pequeños propietarios de los beneficios de la socialización total de la tierra. Al haberse hecho esto, el campo catalán hubiera apoyado en su mayoría a la revolución, lo cual hubiera facilitado aun más el desarrollo de aquella, y hubiera limitado el predominio político de ERC, PSUC y la Unió de Rabassaires.